lunes, 29 de enero de 2018

V de Victoria

Mi madre ya se había acostado, pero yo no quería perderme un capítulo de esa serie, así que me quedé viendo la tele en la cocina.
La imagen no podía ser más ochentosa: un televisor chiquito marca Hitachi (el de la publicidad con Adriana Brodsky en short cavado de satin jugando al fútbol con tacos aguja), redondo y de carcasa rojo furioso. Y en la pantalla, V, Invasión Extraterrestre, con la bella reptil invasora Diana y el jefe de la resistencia Donovan ("Must be the season of the witch", pensaba yo cada vez que lo nombraban). Yo tendría unos ocho años y en un momento me empezó a doler la panza. Fuerte. Mucho más que cualquier otra vez que recordara. Mi madre se levantó (¿instinto materno?) y me preguntó qué me pasaba. Tan fuerte me dolía que cuando me ofreció llevarme al hospital le contesté enseguida que sí.
El hospital estaba a cuatro cuadras de casa pero tardamos mucho en llegar porque yo iba doblada de dolor. Los remises veinticuatro horas todavía no eran comunes en esa época y en esa zona, y mi papá trabajaba de noche. De todos modos lo que más me costó fue subir la escalinata principal. Dolía. Y el hospital estaba muy distinto a otras veces. Oscuro, totalmente oscuro. Ni una luz encendida, los ventanales de la edificación del siglo XIX todos cubiertos con papel afiche marrón y frazadas. Golpeamos y nos atendió una enfermera que abrió la puerta apenas para poder asomar la cara, y después un poco más, apenas para que mi madre y yo pasáramos de costado. Todas las luces interiores estaban apagadas también. La enfermera nos guió hasta una escalera de mármol que caracoleaba hacia abajo. La guardia ahora atiende en el sótano, nos dijo. Tuvo un diálogo con mi mamá del que sólo capté algunas frases.
Amenazaron con bombardearnos.
Sí, la Marina.
Como en la guerra.
Pero los ingleses no llegaron a tanto.
Al hospital **** de zona Oeste le pasó.
Y, donde se atienden los pobres, ya sabemos cómo es esto.
Los setenta.
Yo me acuerdo que se llevaban a los chicos de acá mismo, señora. Los Falcon salían del CEF a cazar.
Quieren volver.
El mármol frío de la escalera adquiría un reflejo cálido a la luz de una lámpara de pie. Me sentaron en una camilla. Mientras esperaba entró más gente: dos muchachos, uno no podía respirar. Un ataque de asma, me dijo mi madre. En determinado momento el hombre y yo quedamos solos, yo en mi camilla, él en una silla de ruedas, y él empezó a boquear. Los ojos grandes al cielo, la boca abierta, aspiraba bocanadas de aire pero no pasaba de la garganta, me asusté, pensé que se moría delante mío, hasta que vino el que lo acompañaba (¿amigo? ¿hermano? ¿pareja?) con la enfermera y alguien más y se lo llevaron.
El acompañante sonreía mucho, y el chico con el ataque también, cuando podía.
Mi dolor de panza dejó de ser relevante para mí después de eso. O se me pasó por el susto, o por causas naturales. No recuerdo cómo fue la vuelta a casa. V ya había terminado cuando llegamos.

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Esta leyenda apareció al comienzo del primer capítulo de V (serie norteamericana producida por la NBC). Y tiene varios detalles que rompen con lo clásico en series de ese país. Por ejemplo, el igualar la resistencia de un planeta contra un invasor extraterrestre (http://www.locoretro.com/2014/09/v-invasion-extraterrestre.html) con la resistencia europea ante la invasión nazi, y ambas con la resistencia del pueblo salvadoreño ante las fuerzas armadas( https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_civil_de_El_Salvador ). Si bien la acción transcurre en los Estados Unidos, se sabe que atacaron en todas las grandes ciudades del mundo(¡sí! nombraban Buenos Aires, qué emoción). Una pareja de ancianos, sobrevivientes del holocausto nazi, son los primeros en darse cuenta de la dualidad de los visitantes, quienes se presentan como seres casi idénticos a los humanos y que vienen en son de paz, pero en realidad son horrendos reptiles con otras intenciones. Incluso la abuela colabora en la guerra de guerrillas lanzando molotovs (que esconde en el chango de las compras) contra las naves de calle enemigas. En otro capítulo, Donovan encuentra a un mexicano que ayudó a escapar a toda una familia. Lo habían torturado. "Querían que les dé información, pero mi abuelo...él peleó con Zapata. No dije nada", contaba agonizante y orgulloso. En resumen, la serie carecía de ese elemento centromundista, racista y patriótico de bandera yankee flotando de fondo que suele caracterizar a este tipo de producciones. También (al parecer, ya que hay diferentes versiones) fue cancelada abruptamente pese al éxito que tenía. Los resistentes se identificaban con la "V" de la victoria.


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Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático argentino después de la dictadura 1976-1983, debió enfrentar serias disidencias con la cúpula militar y policial, que no se resignaba a entregar todo su poder, y tuvo que hacer grandes concesiones como las leyes de Punto Final y Obediencia debida, que les garantizaba una impunidad parcial, que pasó a ser total durante la presidencia de su sucesor, Carlos Saúl I. Hubo tres levantamientos militares durante su mandato: un amotinamiento en Campo de Mayo durante la Semana Santa de 1987 que reclamaba el "cese de agresiones contra las FFAA" ("agresiones" significaría que se juzgue a sus integrantes por el genocidio que habían cometido), el alzamiento de Monte Caseros (Corrientes) en 1988, y la toma del cuartel de Villa Martelli en 1988 (https://es.wikipedia.org/wiki/Carapintadas). También hubo un último ataque de la guerrilla, el copamiento al cuartel de La Tablada en 1989, con una represión que según Alfonsín fue ordenada por él mismo, pero que al parecer fue exclusiva responsabilidad de militares y ex miembros de los grupos de tareas. Todavía hay cuatro desaparecidos de ese enfrentamiento (https://www.laizquierdadiario.com/La-Tablada-El-ultimo-combate-de-la-guerrilla).
 No pude encontrar información sobre las amenazas de bombardeos a hospitales del Gran Buenos Aires, sólo testimonios de pacientes y ex trabajadores. Hace años me pasó lo mismo con el bombardeo a Plaza de Mayo de 1955: no había información (online ni en ningún libro al que tuviera acceso) sobre que algo semejante hubiera pasado, sólo lo que me contó mi madre, que estuvo ahí, y lo que pude preguntarles a otras personas de su misma generación. Años después se empezó a hablar de eso en diarios y suplementos periodísticos. Así que les creo a los que me cuentan sobre un hospital oscurecido como en el Londres de la Segunda Guerra. Les creo.

El CEF, Centro de Educación Física, es una finca del siglo XIX utilizada como centro deportivo y de profesorado de educación física. Durante mis estudios secundarios tuve ahí las clases de gimnasia (casi siempre en un campo al fondo,casi salvaje, que por lo lejano y desierto conocíamos como Siberia). Por lo poco que pude averiguar, los móviles con los grupos de tareas- autos sin identificación oficial, casi siempre Ford Falcon o Torino, cargados de hombres también sin identificación oficial- quedaban de guardia ahí, atentos a acudir donde se los necesite en la zona de San Fernando centro, Virreyes y Victoria. No pude saber por ahora si también tenían prisioneros en alguna de las casonas antiguas que forman parte del predio, ahora perteneciente a la Universidad de Lujan.

Los grupos de tareas nucleaban a miembros de las distintas ramas de las fuerzas Armadas- Ejército, Marina, Navales, Policías Federal y Bonaerense, Servicio Penitenciario-y eran los encargados de allanar domicilios y secuestrar sospechosos e interrogarlos. Se repartían las propiedades, muebles, electrodomésticos y crías de los "subversivos" atrapados. Los que fueron juzgados y encarcelados están siendo indultados y beneficiados con prisión domiciliaria.







Al heroísmo de los luchadores de las resistencias- pasadas, presentes y futuras- es dedicado respetuosamente este trabajo.



Para los que quieran ver la serie completa: https://canalretromania.blogspot.com.ar/2015/02/v-



lunes, 9 de mayo de 2016

Osario (relato)

Fue mi primer amor, pero en realidad teníamos poco y nada en común. Por eso fue una sorpresa cuando me pidió que lo acompañe al cementerio. Él no desaprobaba pero tampoco entendía el placer que sentía yo al recorrer los pasillos grises de la parte vieja del cementerio, llena de bóvedas grises como pequeñas casonas. Pero esa tarde helada de agosto sintió una repentina urgencia por visitar la tumba de su abuela, fallecida 15 años antes, así que fuimos.
Era avanzada la tarde, hacía mucho frío y el viento cortaba, así que éramos los únicos. Él nunca había ido antes, pero llevó el número de lote y cuadra anotado con lápiz en un pedacito de papel y le pedimos al sereno que nos indicara el camino. El hombre-un pelirrojo flaco y seco- cerró con un manojo enorme de llaves la oficina y se adentró en las callecitas silenciosas con nosotros atrás y un perrito con bigote y barba, colorado como el dueño, adelante, como guiándonos a los tres, saltando entre las tumbas como si estuviera en una cacería. Cuando llegamos el sereno nos avisó que faltaba una hora para cerrar y nos dejó solos.
La tumba estaba llena de yuyos y con la parte de arriba destrozada, como si hubieran saltado encima hasta romperla. En la cruz tenía un portarretratos ovalado con una foto de la abuela, que era como si mi suegro- su hijo- se hubiera puesto un vestido floreado y mirara desconfiado a la cámara. Pensé con una sonrisa en mi suegro, peronista de derecha, guardaespaldas de Guillermo Patricio Kelly caído en desgracia, mujeriego, que se pasaba las noches de los sábados en la Casa del Tango tomando merca. Siempre me acariciaba el pelo con su manaza con anillos de oro y ónix y me dijo "mi nuerita" hasta muchos años después de que dejara de serlo.
Él se puso a arrancar los yuyos y yo lo ayudé, y sin mirarme me contó que había soñado con su abuela, que aunque se acordaba poco de ella la extrañaba mucho y que aunque no quería ir nunca a visitarla en ese lugar, de pronto se había despertado una mañana pensando que los muertos son parte de uno. Me gustó eso. No se escuchaba ni un sonido y podríamos haber sido las únicas personas en el mundo.
En un momento el hechizo se rompió y nos dimos cuenta de que ya casi estaba oscuro y de que ya habían pasado quince minutos de la hora de cierre. Él se apuró para terminar de acomodar las flores que había llevado en un frasco de Nescafé que yo encontré tirado por ahí, se levantó y se persignó con gesto torpe.
Entonces vimos el resplandor.

 El osario es un cuadrado de ladrillos blanqueados a la cal al que con el correr de los años le fueron agregando hileras en la parte de arriba. Ahí van los restos de las sepulturas con arrendamiento vencido cuando no quedan familiares para tramitar otra solución, y también los de la gente que no tiene familia. También se habló de desaparecidos. Unos años antes un empleado del registro civil- el mismo idiota que cuando fui a renovar mi DNI  a los 16 años bromeó con respecto a mi edad porque le parecí mayor, y después retrasó un año un trámite que de por sí era largo y engorroso al anotar mal mi nombre-, un empleado del registro civil, decía, había denunciado no recuerdo con qué motivo que los restos de las monjas francesas asesinadas durante la dictadura estaban en ese lugar. Se sacaron cuerpos y se practicaron algunas pericias-supuse en ese momento- pero no se identificó a ninguna de las francesas.
Y de ese lugar, que estaba a unos metros en diagonal de donde estábamos parados nosotros, venía el resplandor. Aguzando la vista, porque ya estaba bastante oscuro y el viento soplaba muy fuerte e increíblemente frío y lastimaba la vista, vi que eran velas. Un grupito de velas prendidas contra la pared del osario más cercana a nosotros, a cierto resguardo de las ráfagas pero igual con las luces flameando y temblando. Quién las prendió, nos preguntamos. No habíamos visto a nadie en el rato largo que pasamos ahí, y la construcción estaba lo suficientemente cerca como para notar a una persona pegando velas en el piso y encendiéndolas una a una. Nos miramos y volvimos a mirar en redondo el campo chato en penumbras.
Si no queríamos salir pisando sepulturas-y por alguna razón no queríamos-teníamos que acercarnos más al lugar donde brillaban las llamitas hasta tomar el camino principal hasta la salida. Como hasta un par de metros de las velas. Sospecho que para él la situación era más inquietante que para mí, que conocía cada recoveco como la palma de mi mano. Así y todo no estaba del todo tranquila. Y me fui inquietando más a medida que nos íbamos acercando más a la luz amarillenta y temblorosa, agarrados de la mano. Capaz que él me transmitió su nerviosismo con el contacto de esa mano grande, suave y caliente que siempre me gustó tanto. Y a lo mejor también me transmitió la urgencia por salir de ahí antes de que termine de oscurecer. No, pensé,esa urgencia ya estaba dentro mío.
 Cuando llegamos lo más cerca que teníamos que llegar pudimos contarlas. Cinco velas, cuatro blancas y una roja, todas consumiéndose en diferentes fases.
-¿Pero quién mierda las prendió?, nos preguntamos de nuevo.
Cuando les dimos la espalda empezamos a caminar todavía más rápido y él empezó a apretarme la mano todavía más fuerte.
 Cerca de la entrada el perrito parecía esperarnos moviendo la cola y pensé en Ideafix, el perro de Asterix, y en Milou, el de Tin Tin. Y un poco se parecía  Tin Tin el sereno, sólo que más viejo y malhumorado.
- Ya los estaba por ir a buscar- rezongó,y como una de las hojas de la puerta principal ya estaba cerrada y él esperaba impaciente sacudiendo el manojo enorme de llaves, no supimos si creerle o no cuando nos dijo(después de que le preguntamos tratando de aparentar indiferencia) que nadie más había entrado a prender unas velas con ese frío, y salimos a -ahora sí- la noche.


sábado, 31 de octubre de 2015

Relato sin título


Por el costado de la ruta la oscuridad era total.Agarramos una curva pasando el club de empleados de comercio y nos metimos en un lote alambrado. Nordelta, decían los carteles. En ese tiempo Nordelta recién estaba siendo construido. Flavio se bajó del auto, corrió un sector de alambre que estaba suelto y pasamos.
Derrapó un rato sobre el barro riéndose como demente. Yo no le presté atención. Se le pasaba rápido si uno no le hacía mucho caso.
Por fin paramos delante de un castillo. Porque era eso, un castillo. De piedra gris, ventanas con vitrales, puertas gigantes, toda la bola. Flavio agarró la lata con los fasitos y la guitarra y me hizo una seña para que baje.
Por el costado del caserón había una escalera que se internaba en la tierra. O al menos eso me pareció a mí mientras miraba nervioso para todos lados. Flavio prendió un Zippo y empezó a bajar. Lo seguí.
-No sabés la acústica que tiene esto, animal. Cuando tengamos que hacer algún video para cuando salga el disco, lo quiero filmar acá.
- Se hace playback en los videos, qué te importa la acústica.
-Yo voy a tocar posta.
Flavio es el vástago único (o al menos el único reconocido) del rocker más famoso de la Argentina. Como su padre, toca la guitarra, y como su padre tiene una voz de trueno que retumbaba contra las paredes de ladrillos grises.Lo que no tiene es el talento del viejo. Sí, toca mucho mejor que yo, lejos. Pero no tiene la magia para componer de su padre, y no sabe usar la voz y siempre termina pegando alaridos hasta quedarse afónico. Y aunque conoció al viejo a los 11 años, recién tienen una relación más o menos desde los 17, cuando Flavio estuvo en edad de acompañarlo al cabaret.Bueno, a lo mejor yo le tengo un poco de envidia por ser el padre el que es.Y porque mi viejo nunca me llevó al cabaret ni tiene groupies por todos lados. Pero es la verdad.

Bajamos por la escalera de piedra, con los escalones desgastados por el uso. Al doblar en un recodo apareció ante nosotros una habitación como de cuatro metros cuadrados, con el techo bajo y formando arcadas. Las paredes chorreaban humedad y me pareció como que el aire frío me pellizcaba los huesos.
Flavio fue hacia una caja en la pared, subió una llave enorme de color marrón y una lamparita amarilla y agonizante iluminó todo.Después caminó hacia un mueble monstruoso, se inclinó y sacó de atrás dos botellas de Quilmes. Con un gesto indiferente sacó la araña patilarga que corría por sobre una de las botellas y la destapó con el encendedor.Le dió un buen trago, resopló y me la pasó. Empecé a tomar mientras él conectaba la guitarra al marshalito que tenía enganchado en el cinturón.
-Che, qué onda este lugar-pregunté al fin, mientras él tocaba algo que sonaba como una mezcla entre Helloween y el afilador que pasaba por el barrio cuando yo era chico y todas las viejas salían corriendo con tijeras y cuchillos para que se los afilara.
-Lo van a tirar a la mierda cuando terminen todo este barrio para chetos. Y van a construir una de esas casotas que parecen cajas de zapatos que tanto les gustan
-Pero sabés quién vivía acá?
-Algún as del ganado del siglo XIX.-se mandó una de esas risotadas que hacen temblar las paredes.- Dicen que en los '70 la usaron los milicos de chupadero.
-Naa. Y también vive un fantasma en el altillo, no?
- No sé. después nos fijamos.
Y se puso a improvisar algo sobre milicos asesinos y picanas.No le llega ni a los talones al viejo.

Yo tomé un trago más, le di una seca al churro de Flavio -flores frescas de los jardines de Tigre, pensé- y me dediqué a mirar el lugar. Daba miedo posta. El mueble que había usado el rubio para esconder las cervezas me entretuvo un buen rato. No me decidía sobre si era un banco de carpintero cavernario o el aparador de un gigante de la Belle Epoque. Al final me senté en el suelo, encima de la campera de jean que se había sacado Flavio. Él nunca fue muy escrupuloso con la limpieza de su ropa, de todos modos.Fumaba, tomaba, escuchaba y flasheaba. Pensé en campos verdes, en flores violetas, en el pelo de Andrea cuando lo enreda el viento .
Y en un momento las vi. En ángulo a donde estaba yo, contra la pared más alejada de la escalera. Algo redondo y color herrumbre que salía de la pared. Una cadena que colgaba.
Mis ojos estarían tan chinos que no podía ver bien. Aparte estaba oscuro, como corresponde al sótano de un castillo abandonado en medio de la nada.Me levanté y me fui acercando despacito y de refilón, como los gatos, hasta que me quedé parado delante de la pared. Dos aros de metal oxidado, gruesos y de aspecto obsceno ( no sé por qué se me ocurrió esa palabra, pero eso fue lo que me vino a la mente: eran obscenos) salían de la pared, de ellos salía una cadena muy gruesa y muy corta, también oxidada, y de ahí unas esposas.¿ Eran unas esposas? Sí, estaban a la altura aproximada de mis hombros. Miré para abajo. Dos aros iguales, pero justo arriba del zócalo.Dos aros iguales, con dos cadenas iguales y dos esposas iguales. Grilletes, pensé. Si son para los tobillos se llaman grilletes.No sé cómo mierda sabía eso, ni si era verdad, pero algo me decía que sí, que era así. Grilletes.
Miré hacia mi derecha, y al lado de la caja con el disyuntor que había activado Flavio había un armazón de cama de metal, parado y apoyado contra la pared. Una cucaracha corría por uno de los bordes. El metal del elástico brillaba en la penumbra. Penumbras, pensé, y me vino la imagen de Sandro con bata roja y una rosa roja en la mano y la música de Sandro se mezcló con la zapada de Flavio y el metal de las esposas me sostenía las muñecas y el oxido me raspaba los tobillos y al lado mío la cama de metal pero ahora estaba puesta en el suelo y había alguien tirado sobre ella y esa persona (¿hombre?¿ mujer?) estaba atada también igual que yo y un cable grueso, negro y obsceno iba hacia la caja con el disyuntor y me faltaba el aire y me incliné y vomité la Quilmes y la pizza casera que nos había servido la abuela de Flavio y supongo que el humo de las flores lo vomité también mientras mi amigo dejaba por un momento de tocar y me gritaba
-Quéee, ya desbarrancaste, pelotudo, mirá que sos nena, flaco, la puta que te re parió- e inclinó la cabeza, el pelo largo y rubio cayendo sobre la Gibson negra del viejo y enpezó a tocar otra vez.







jueves, 8 de octubre de 2015

Cuándo.

¿Cuándo se considera que se convierte una en mujer?

¿Cuando empieza a menstruar? ¿Cuando necesita determinada talla de corpiño? ¿Cuando comienza a aportar su sueldo a la casa? ¿Cuando es madre? ¿Cuando decide no aguantar más lo que no quiere aguantar? ¿Cuando no le importa que eso la haga ser considerada 'una perra'? ¿La primera vez que le meten mano en el colectivo? ¿O la primera vez que reacciona cuando le meten mano en el colectivo y grita e insulta y no le interesa que la miren como a una loca? ¿Cuando es capaz de matar sola una cucaracha? ¿La primera vez que duerme tranquila después de que un desconocido la haya seguido durante tres cuadras oscuras? ¿Cuando dejan de importarle cosas como la edad? ¿Cuando dejan de importarle cosas como la diferencia de edad? ¿Cuando su mejor amiga de los 13 años llega a su casa llorando, contándole que su primo de veintipico la quiso abusar, y que su propia madre le dijo que ella se lo había buscado, por provocarlo? ¿Cuando se da cuenta de que eso no es sólo algo de la familia de su amiga, que es algo que acecha en cada rincón ? ¿Cuando deja de importarle una mierda lo que diga la madre, el viejo de enfrente y la vecina de la vuelta? ¿Cuando para la olla en su casa sin ninguna ayuda? ¿Cuando se abruma porque todo depende de ella y se abraza a las almohadas para dormir? ¿Cuando se abruma porque todo depende de ella y sube el volumen de la música y se pone a bailar? ¿La primera vez que tiene relaciones? ¿La primera vez que las disfruta? ¿Cuando decide buscar el placer? ¿Cuando le regalan bombones y flores? ¿Cuando nadie le regala nada? ¿Cuando deja de estar a la defensiva? ¿Cuando está en alerta constante? ¿Cuando se acepta como es? ¿Cuando trata de cambiar? ¿Cuando no le importa ir al chino un domingo a la mañana sin peinar y sin pintar? ¿Cuando empieza a usar la ropa que quiere? ¿Cuando deja de creer en las promesas? ¿O cuando vuelve a creer, arriesgándose a otra muerte lenta? ¿Cuando deja de necesitar promesas? ¿Cuando deja de competir con otras mujeres? ¿Cuando una amalgama de arrugas y grasa la convierte en un ser invisible que transita por las calles como un ente translúcido? ¿Cuando deja de menstruar? ¿Cuando aborta? ¿Cuando 'consigue un muchacho bueno que la quiera'? ¿Cuando decide que no quiere una cosa que se pueda 'conseguir' como un chocolate en el kiosko? ¿Cuando busconea y siente placer haciéndolo? ¿Cuando tiene nietos?¿Cuando adopta su gato número siete? ¿Cuando se hace un círculo de amigas mujeres? ¿Cuando 'se lleva mejor con los varones'? ¿Cuando deja de sentir satisfacción con un atracón de golosinas? ¿O cuando no deja de saborearlas y disfrutarlas como cuando era una nena? ¿Cuando aprende a sentarse 'como una señorita'? ¿Cuando desaprende y se acomoda con las piernas abiertas?

¿Cuándo?

martes, 15 de septiembre de 2015

El Soldado y la muñeca que llora

Me gustaban los veranos en la casa de mi hermana. Me hacían sentir independiente. Mi hermana era casi 20 años mayor que yo y era linda y elegante y cuando alguien creía que era mi mamá yo me sentía orgullosa .Supongo que debería sentirme culpable por mi mamá verdadera por eso, pero yo las comparaba, mi madre 42 años mayor que yo, despeinada, sin preocuparse por la ropa, sin maquillarse jamás, los chicos del colegio discutiéndome a muerte que esa no podía ser mi mamá, que era mi abuela, y mi hermana con su delineador negro y sus vestidos floreados y sus tacos, y no me pasaba. No me sentía culpable.
Además, el barrio era como los de las películas norteamericanas, las casas con parques, las veredas muy anchas y cubiertas de pasto. El heladero pasaba todas las tardes con su bicicleta y su caja misteriosa repleta de helados Laponia, como el Patalín y uno con cara de payaso y con una nariz de chicle. Mi hermana vivía en una casa con fachada de Frentebril verde, con una estrella roja y amarilla y terraza. El vecino de enfrente era el intendente. Los vecinos de los costados eran militares. Mi hermana estaba casada con un militar.
También Helena, la vecina de al lado, estaba casada con un militar. El marido de mi hermana estaba en la Antártida por dos años, pero al de Helena lo veía de vez en cuando. Era alto, tenía un bigote muy grande y no saludaba a los chicos.
Sólo les dirigía la palabra (y no siempre) a sus hijos. Gastón y Florencia. Eran un poco más chicos que yo, pero Florencia era una líder nata, con su pelo muy rubio y lacio con flequillo (como la madre).Siempre usaba jardineros de jean y cintas en el pelo, pero al rato las cintas estaban todas torcidas, el pelo desgreñado y pegoteado de mermelada, las rodillas llenas de barro.
Gastón era mucho más delicado. Para mí era un bebé, suave y dulce y redondo. Pero cuando desarrolló una especie de enamoramiento conmigo le tomé bronca. No sé por qué. Él me seguía a todos lados, se sentaba muy pegado a mí, quería ser mi compañero en todos los juegos. 'Es porque está enamorado de vos', me dijo la hermana encogiéndose de hombros. A mí me daba odio su devoción. La tarde en que le clavé las uñas en la mano con todas mis fuerzas y él trató de aguantar el llanto hasta que vio que no podía aguantarlo más y se fue es unos de mis recuerdos de infancia que más triste me pone y más me avergüenza. Fantasear con que mi hermana era mi mamá no le llega ni a los talones a la forma en cómo me miraba con los ojazos castaños mojados.
La memoria me falla cuando se trata de mi muñeca. No recuerdo si el episodio de la muñeca fue antes o después de esto. Supongo que después, ya que no tengo ninguna imagen de  Gastón después de eso.
La muñeca era italiana, tenía un pijama rosa, rulos castaños y ojos verdes. Le sacabas el chupete rosado y lloraba a los gritos. Venía en un moisés de mimbre con un pavo real bordado. Fue un regalo de mi papá. El último. Después de eso ya no me hizo más regalos porque 'era grande'.Era tan hermosa que no se me ocurría un nombre acorde. Entonces mi madre la bautizó Vanesa, como la vecinita rubia que ella tanto admiraba (supongo que yo no era la única que fantaseaba con tener familiares más lindos). Nunca me cerró, pero a falta de otro nombre, Vanesa quedó.
La primera vez que Gastón vio a Vanesa quedó extasiado. La tenía en brazos y la miraba y revisaba toda. Pero tenía cuidado al manipularla, como si fuera un bebé de verdad. Igual Florencia enseguida se la sacaba. 'Ya sabés lo que dijo mamá, papá no quiere que juegues con muñecas'. Gastón tenía unos muñecos estilo G.I. Joe que nunca había visto antes pero no le gustaban, los usaba Florencia para maridos de sus Barbies.
Me llamó la atención que el tipo ése que no estaba nunca y que parecía importarle poco y nada de los hijos se metiera en algo tan trivial como con qué jugaba el hijo menor.
Pero la escena empezó a repetirse casi todos los días. Yo salía con la muñeca, Gastón me la pedía, la hermana esperaba un poco y se la sacaba. Un día comentó que la madre le había pegado la noche anterior porque lo vio con la muñeca .Él hizo el gesto con el hombro de 'no me importa' y hundió la nariz entre los rulos de Vanesa.
Más tarde mi hermana me dijo que no jugara más afuera con la muñeca, que 'los chicos se van a pelear y te la van a terminar rompiendo'.
Pero yo sabía que era Helena la que le había dicho que guardáramos la muñeca. Lo sabía,y no podía entender cómo una mujer tan hermosa (con una casa tan linda y que se compraba ropa casi todos los días, y revistas y zapatos con plataforma y bombones de licor) y su marido, un hombre alto con un buen auto y un puesto importante que tenía que luchar contra los guerrilleros, porque el país estaba lleno de guerrilleros en ese tiempo y hombres como él y como mi cuñado desde la Antártida luchaban contra eso, no sé cómo pero luchaban, cómo una pareja así se desvelara por una estupidez como que el hijo menor jugara con mi muñeca.
Pasó el tiempo, jugamos a otra cosa, un día entre 8 o 10 chicos hicimos una carpa con sábanas en la terraza de mi hermana, después hubo una tormenta de viento muy fuerte y la tiró, los helados que vendía nuestro heladero salieron en la tele en una propaganda con Carlitos Balá, una tarde insistí en meterme en un entrepiso abajo del lavadero que estaba cerrado desde hacía años y me pareció ver un par de ojos redondos y verdes brillando en la oscuridad y grité y grité y un adulto me agarró de las axilas y me sacó de ahí sin hacer preguntas, y Helena y mi hermana comentaron que una mañana había aparecido un borracho en la cuadra abrazado al duraznero pero vinieron unos señores de bigotes como el papá de Florencia y lo metieron en un auto verde y se lo llevaron ,el verano estaba terminando y pronto iba a ser hora de volver a mi casa, y un día le pregunté a mi hermana si podía jugar afuera con Vanesa y me dijo que sí sin dudar.
Así que salí con Vanesa en brazos toda primorosa en su ropita rosada y como siempre que salía a la vereda enseguida salieron Florencia y Gastón. Mientras discutíamos a qué íbamos a jugar, Gastón me arrebató la muñeca y corrió. Florencia empezó a perseguirlo gritando sus advertencias: 'No, que está papá', 'Acordate de lo que dijeron', 'Mamá se va a enojar otra vez', 'Papá te va a matar'. Gastón corría y corría con la muñeca en brazos, la protegía con su cuerpo, de golpe frenaba y arrancaba para otro lado, se tiraba en el pasto y rodaba como los soldados que habíamos visto en los entrenamientos en Campo de Mayo, pero los soldados no llevaban en brazos una muñeca toda rosada y no hundían la nariz en su cuello y sus rulos y cerraban los ojos y la apretaban más fuerte. Pero igual era valiente como los soldados, porque a pesar de ser chiquito y redondo y suave sabía lo que iba a pasar y lo hizo de todos modos.
Vi la sombra de Helena antes de verla a ella, con los dientes apretados y los ojos duros. En la ventana de la cocina, duro como una estatua, estaba el marido con sus bigotes. Helena se llevó a Gastón. A la muñeca me la devolvió Florencia más tarde. Sólo me dijo que a Gastón le pegó el papá. Debe pegar fuerte, pensé.
No volví a ver a ninguno de los dos.