jueves, 12 de agosto de 2010

El incidente nuclear de Goiana

Imagen del cementerio nuclear de Goiania con los contenedores de material contaminado.

Leide das Neves Ferreira es, probablemente, la única niña de la historia que se comio un sandwich de Cesio 137. Fascinada por el polvo azul luminiscente, untó además todo su cuerpo con el elemento radiactivo en presencia de su madre y poco después de que su padre comprase el polvo mágico a unos conocidos chatarreros. Leide y familiares descansan hoy en ataúdes de plomo tras morir y desencadenar un caos monumental en la ciudad brasileña de Goiania. La revista Time calificó el incidente nuclear como uno de los peores de la historia.
El 13 de septiembre de 1987, Roberto dos Santos Alves y Wagner Mota Pereira, dos chatarreros de la ciudad brasileña, entraron en el edificio abandonado del Instituto de Radioterapia de Goiania, buscando metal para vender . Con una de sus viejas carretillas consiguieron recopilar más de 600 kg de plomo y acero; fundamentalmente extraídos de una de las máquinas de teleterapia de la clínica, que también se llevaron. Sin saberlo estaban desmembrando un peligroso equipo radiológico cargado de cloruro de cesio.
Los chatarreros empujaron la pesada carretilla hasta la casa de Santos Alves, para así poder desmenuzar con tiempo su botín. Nada hacía presagiar a los incautos que esos 600 metros de recorrido iban a ser levantados —literalmente— por decenas de excavadoras unas semanas más tarde, para filtrar y limpiar hasta el último gramo de tierra contaminada.

Una vez allí y a golpe de martillo, fragmentaron todo el equipamiento para poder clasificar el material. Un pequeño cilindro —del tamaño de un dedal— se desprendió de la máquina. Era la cápsula del componente radiactivo. Un robusto tubo de plomo y acero que contenía la fuente. Ésta giraba libremente dentro del dedal y sólo irradiaba y emitía luz cuando coincidía con una pequeña ventana de iridio del cerramiento exterior. Un pequeño farol ‘eterno’ a modo de juguete divertido y peligroso.

Ambos intentaron abrir el cilindro para sacar lo que creían eran unos gramos de pólvora antes de desistir y vendérselo a su compañero y tío de la niña. Esto les salvó la vida. Devair Alves Ferreira consiguió romper la cobertura de la cápsula para sacar el polvo azul. Tenía una idea en la cabeza. Intentar fabricar el anillo más fascinante y mágico que nunca habría visto su mujer. Convocó a todo el vecindario para jugar y tocar la piedra y los polvos fluorescentes que de ella se desprendían. El padre de Leide se tatuó una cruz en el abdomen con la piedra. Otros se maquillaron la cara con pinturas luminosas ‘de guerra’ o esparcieron el polvo por los corrales de los animales. Su sobrina jugó con los polvos mientras merendaba su sandwich.
Leide das Neves Ferreira al lado de una de las máquinas como la desguazada.

Dos días después comenzaron los problemas. Los dos chatarreros empezaron a vomitar cruelmente entre estertores febriles, achacando los síntomas a una mala digestión. Acabaron en el hospital en la sección de enfermedades tropicales. Pronto se dieron cuenta en el barrio que algo no funcionaba. Más de 600 personas estuvieron en contacto directo con el cesio antes de que la tía de Leide barruntara una relación directa entre la piedra mágica y los cuerpos hinchados y literalmente llenos de quemaduras de sus amigos y familiares.
Mano de uno de los chatarreros afectados con un de las irradiaciones de la cápsula.

Dentro de la funesta cadena de determinaciones erróneas, la señora Gabriela Maria Ferreira decidió llevar la piedra para que la examinara la máxima autoridad sanitaria de su barrio: el veterinario. Ante las sospechas, éste decidió aconsejar que se trasladara con la piedrecita y sus polvitos al hospital de la ciudad. Gabriela metió el cesio en una bolsita de plástico y se tomo un abarrotado autobús de línea hasta el hospital municipal. Todo este operativo sería más tarde imitado y ensayado por las autoridades en el estadio olímpico de la Goianía para intentar establecer un protocolo de aislamiento de los contaminados y estudiar el recorrido de la sustancia en su fatal viaje. Allí acudieron cientos de personas para ducharse y descontaminarse.

Al llegar al hospital, la señora Gabriela soltó encima de la mesa del doctor Paulo Roberto Monteiro el Cesio 137. Paulo sospechó su procedencia y lo llevó inmediatamente metido en un saco a una zona sin gente, dejándolo todo en una silla en el centro del patio trasero. Una vez identificado se evacuó el hospital y se procedió a su retirada. Para ello una grúa descolgó una tubería gigante sobre la silla y los restos radiactivos. Luego se derramó una tonelada de hormigón sobre el conjunto para poder extraerlo completo y de una sola pieza. Gabriela falleció en ese mismo hospital el 23 de octubre.


Inicialmente murieron 4 personas por sintomas de radiacion aguda,y otras 4 en los siguientes 4 años.5000 personas vivian en el area de riesgo,pero el operativo establecio que solo 600 fueron victimas de una radiacion excesiva.Sin embargo,el stress cronico afecta a toda la ciudad desde entonces.El comercio decayo un 60% en la ciudad.En el entierro de las victimas,los ataudes de plomo fueron apedreados por la multitud,en protesta por la cercania del sepelio a sus casas.
Varias manzanas de la ciudad fueron practicamente demolidas y convertidas en escombros que todavia permanecen a cielo abierto.


fuente:Kurioso.es

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