jueves, 2 de febrero de 2012

Vergüenza Ajena (relato)


Calor.Sol de mediodía que quemaba.Nada de sombra.Calor insoportable.
Insoportable también le debería parecer yo a mi hermanastra con mis 4 años y obligada por mis padres a acompañarla adonde quiera que fuera con su novio.Los casi 20 años de diferencia entre nosotras no ayudaban a desvanecer el fastidio que yo le causaba y que no se molestaba en disimular.
La acompañé entonces,a acompañar a su novio a la estación Virreyes a tomar el tren. Ernesto no llevaba uniforme, pero de todos modos se le notaba lo militar.El cuerpo musculoso rígido,los ojos claros y fríos,el pelo color crema pastelera,la nuca roja.
Mi hermana estaba muy orgullosa de su novio, joven sargento de la Marina y estudiante de Inteligencia (¿Estudiante de Inteligencia? ¿estudia para ser inteligente?,le pregunté una vez a los gritos en el colectivo,y recibí un pellizco y el reto de que "Eso no había que decirlo delante de la gente"). No entendía por qué,si justamente ella estaba orgullosa de su novio militar en un país en el que los militares mandaban.Y en unos minutos iba a aprender cómo mandaban.

En la estación el sol se reflejaba en el piso de cemento y se hacía todavía más hirviente.
Y ahí estaba el colimba.Se notaba que era colimba,era muy jovencito y muy morochito.En mi mente los "militares de carrera",como se referían a Ernesto, eran rubios como él y usaban palabras difíciles y mucho "etcétera etcétera". Este era un colimba que un día domingo volvía al cuartel después de pasar el franco con su familia.Tenía el uniforme puesto, él sí. Pero no tenía puesto el birrete.
El colimba transpiraba por todos lados,metido en los pantalones de tela gruesa y la camisa abotonada hasta arriba. Se ve que el birrete era más de lo que podía soportar.Y tenía razón,yo había tocado alguno de esos,y eran de una tela gruesa y áspera.
Pero,como dijo Ernesto,era una contravención no llevar el uniforme completo y en condiciones.Así que se identificó como sargento delante del chico y lo retó por no llevar el birrete puesto.

-"Usted sabe que esto se puede castigar con tres días de calabozo?"-le preguntó.
-"Sí,mi sargento".
-"Cuerpo a tierra".

Y ante la mirada asombrada de toda la gente que también esperaba el tren, mi cuñado lo hizo hacer lagartijas.Y después saltos de rana,con los brazos extendidos a los costados.Y después correr en el lugar.Y después lagartijas otra vez.Todo abajo de un sol que quemaba y delante de toda la gente.
Mi hermana trataba de contener la sonrisa,pero no le salía. Después,al llegar a casa,le contó a mi padre lo que había pasado,y el orgullo le llenaba la voz,la mirada,el cuerpo entero.
Yo por mi parte sentía otra cosa,algo raro.
Sólo años después, ya de adulta, lo pude identificar como vergüenza ajena.

2 comentarios:

  1. Magnífico relato que me ha traído tristes recuerdos carteleros pero tanto hablar del calor omnipresente me ha venido sofoco y eso está bien porque aquí nos estamos helando, no como en Buenos Aires.
    Besos, Fanny, sigue regalándonos con historias. Borgo.

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  2. Jajaja,me alegro! Por acá la lectura de esta anécdota en este momento se hace todavía más opresiva...40º de térmica!
    Me alegro de que te haya gustado,besos

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