sábado, 31 de octubre de 2015

Relato sin título


Por el costado de la ruta la oscuridad era total.Agarramos una curva pasando el club de empleados de comercio y nos metimos en un lote alambrado. Nordelta, decían los carteles. En ese tiempo Nordelta recién estaba siendo construido. Flavio se bajó del auto, corrió un sector de alambre que estaba suelto y pasamos.
Derrapó un rato sobre el barro riéndose como demente. Yo no le presté atención. Se le pasaba rápido si uno no le hacía mucho caso.
Por fin paramos delante de un castillo. Porque era eso, un castillo. De piedra gris, ventanas con vitrales, puertas gigantes, toda la bola. Flavio agarró la lata con los fasitos y la guitarra y me hizo una seña para que baje.
Por el costado del caserón había una escalera que se internaba en la tierra. O al menos eso me pareció a mí mientras miraba nervioso para todos lados. Flavio prendió un Zippo y empezó a bajar. Lo seguí.
-No sabés la acústica que tiene esto, animal. Cuando tengamos que hacer algún video para cuando salga el disco, lo quiero filmar acá.
- Se hace playback en los videos, qué te importa la acústica.
-Yo voy a tocar posta.
Flavio es el vástago único (o al menos el único reconocido) del rocker más famoso de la Argentina. Como su padre, toca la guitarra, y como su padre tiene una voz de trueno que retumbaba contra las paredes de ladrillos grises.Lo que no tiene es el talento del viejo. Sí, toca mucho mejor que yo, lejos. Pero no tiene la magia para componer de su padre, y no sabe usar la voz y siempre termina pegando alaridos hasta quedarse afónico. Y aunque conoció al viejo a los 11 años, recién tienen una relación más o menos desde los 17, cuando Flavio estuvo en edad de acompañarlo al cabaret.Bueno, a lo mejor yo le tengo un poco de envidia por ser el padre el que es.Y porque mi viejo nunca me llevó al cabaret ni tiene groupies por todos lados. Pero es la verdad.

Bajamos por la escalera de piedra, con los escalones desgastados por el uso. Al doblar en un recodo apareció ante nosotros una habitación como de cuatro metros cuadrados, con el techo bajo y formando arcadas. Las paredes chorreaban humedad y me pareció como que el aire frío me pellizcaba los huesos.
Flavio fue hacia una caja en la pared, subió una llave enorme de color marrón y una lamparita amarilla y agonizante iluminó todo.Después caminó hacia un mueble monstruoso, se inclinó y sacó de atrás dos botellas de Quilmes. Con un gesto indiferente sacó la araña patilarga que corría por sobre una de las botellas y la destapó con el encendedor.Le dió un buen trago, resopló y me la pasó. Empecé a tomar mientras él conectaba la guitarra al marshalito que tenía enganchado en el cinturón.
-Che, qué onda este lugar-pregunté al fin, mientras él tocaba algo que sonaba como una mezcla entre Helloween y el afilador que pasaba por el barrio cuando yo era chico y todas las viejas salían corriendo con tijeras y cuchillos para que se los afilara.
-Lo van a tirar a la mierda cuando terminen todo este barrio para chetos. Y van a construir una de esas casotas que parecen cajas de zapatos que tanto les gustan
-Pero sabés quién vivía acá?
-Algún as del ganado del siglo XIX.-se mandó una de esas risotadas que hacen temblar las paredes.- Dicen que en los '70 la usaron los milicos de chupadero.
-Naa. Y también vive un fantasma en el altillo, no?
- No sé. después nos fijamos.
Y se puso a improvisar algo sobre milicos asesinos y picanas.No le llega ni a los talones al viejo.

Yo tomé un trago más, le di una seca al churro de Flavio -flores frescas de los jardines de Tigre, pensé- y me dediqué a mirar el lugar. Daba miedo posta. El mueble que había usado el rubio para esconder las cervezas me entretuvo un buen rato. No me decidía sobre si era un banco de carpintero cavernario o el aparador de un gigante de la Belle Epoque. Al final me senté en el suelo, encima de la campera de jean que se había sacado Flavio. Él nunca fue muy escrupuloso con la limpieza de su ropa, de todos modos.Fumaba, tomaba, escuchaba y flasheaba. Pensé en campos verdes, en flores violetas, en el pelo de Andrea cuando lo enreda el viento .
Y en un momento las vi. En ángulo a donde estaba yo, contra la pared más alejada de la escalera. Algo redondo y color herrumbre que salía de la pared. Una cadena que colgaba.
Mis ojos estarían tan chinos que no podía ver bien. Aparte estaba oscuro, como corresponde al sótano de un castillo abandonado en medio de la nada.Me levanté y me fui acercando despacito y de refilón, como los gatos, hasta que me quedé parado delante de la pared. Dos aros de metal oxidado, gruesos y de aspecto obsceno ( no sé por qué se me ocurrió esa palabra, pero eso fue lo que me vino a la mente: eran obscenos) salían de la pared, de ellos salía una cadena muy gruesa y muy corta, también oxidada, y de ahí unas esposas.¿ Eran unas esposas? Sí, estaban a la altura aproximada de mis hombros. Miré para abajo. Dos aros iguales, pero justo arriba del zócalo.Dos aros iguales, con dos cadenas iguales y dos esposas iguales. Grilletes, pensé. Si son para los tobillos se llaman grilletes.No sé cómo mierda sabía eso, ni si era verdad, pero algo me decía que sí, que era así. Grilletes.
Miré hacia mi derecha, y al lado de la caja con el disyuntor que había activado Flavio había un armazón de cama de metal, parado y apoyado contra la pared. Una cucaracha corría por uno de los bordes. El metal del elástico brillaba en la penumbra. Penumbras, pensé, y me vino la imagen de Sandro con bata roja y una rosa roja en la mano y la música de Sandro se mezcló con la zapada de Flavio y el metal de las esposas me sostenía las muñecas y el oxido me raspaba los tobillos y al lado mío la cama de metal pero ahora estaba puesta en el suelo y había alguien tirado sobre ella y esa persona (¿hombre?¿ mujer?) estaba atada también igual que yo y un cable grueso, negro y obsceno iba hacia la caja con el disyuntor y me faltaba el aire y me incliné y vomité la Quilmes y la pizza casera que nos había servido la abuela de Flavio y supongo que el humo de las flores lo vomité también mientras mi amigo dejaba por un momento de tocar y me gritaba
-Quéee, ya desbarrancaste, pelotudo, mirá que sos nena, flaco, la puta que te re parió- e inclinó la cabeza, el pelo largo y rubio cayendo sobre la Gibson negra del viejo y enpezó a tocar otra vez.







No hay comentarios:

Publicar un comentario